Stadio Italiano

Gimnasia artística

Deportista | Chile

Conocí a Martina, Mila y su entrenadora Ximena en la previa al torneo Panamericano de gimnasia realizado en Buenos Aires en 2018. En ese entonces Vanesa me preguntó si podía trabajar con una gimnasta Chilena que se encontraba en una fuerte crisis. “mini” y sus gimnastas venían de una experiencia frustrante al haber viajado a entrenarse a Estados Unidos por tres meses. El plan estaba cargado de buenas intenciones pero resultó difícil la adaptación de estas niñas a la forma de entrenar que les proponían allí y tuvieron que volverse antes de lo esperado incluso atravesando muchísimas complicaciones durante los traslados que para las menores resultaron sumamente inquietantes. Particularmente “marti” le temía a un salto y esto tenía su explicación en que previamente había sufrido una lesión compitiendo en este aparato. Mucho más que contenerla durante el torneo y servir como punto de referencia para ambas no se podía hacer con apenas un día de trabajo. Recuerdo que Martina dijo a su entrenadora que se sentía cómoda conmigo y “mini” recalcó como un acierto el haberla presentado con un salto de menor dificultad. A fin de cuentas fue el único aparato en el cual ella no salió angustiada de competir. Había que recuperar en cierta forma el disfrute por la gimnasia. Las lesiones fueron luego un inconveniente con el que tanto “marti” como Mila tuvieron que convivir. En ese tiempo también la competencia y más que nada la internacional se asociaba con el sufrimiento de los nervios previos, la angustia ante los errores… El panorama era realmente adverso. Tuve la suerte de poder viajar a Santiago en tres ocasiones gracias al esfuerzo fundamentalmente de Ximena y también de los padres de las niñas y del resto del equipo de trabajo. Allí conocí más gimnastas de diferentes edades y niveles: “pancha” “cote” “pau” “tami” “jesu” y “gots”. En esos viajes “relámpago” de cuatro días aproveché para tener con ellas las primeras sesiones presenciales y en el caso de las menores de edad también de entrevistarme con sus padres. Cada viaje a Santiago significaba bajar del avión y prácticamente trabajar hasta que me volvía a subir, parando solamente para compartir las comidas con los entrenadores y quizás disponiendo de la última tarde libre para recorrer la ciudad. Así lo quería yo, el tiempo volaba entre las observaciones de entrenamiento, las evaluaciones a las gimnastas de los distintos grupos, las presentaciones a los padres y las capacitaciones a entrenadores. Como psicólogo deportivo estaba en mi estado de fluir y le estoy agradecido a “mini” por todas las comodidades que me ofreció durante mis estadías. Recuerdo particularmente una experiencia que propuse en el final de mi segundo viaje previo a que Marti compitiera en un torneo sudamericano. Buscaríamos un espacio verde en la ciudad y pediríamos a las gimnastas que bailen sus coreografías de suelo (simulando las acrobacias) sin importarle cuanta gente hubiera al rededor o se quedara mirando. Fundamentos: Perder el temor a la exposición, evitar las distracciones y sobre todo divertirse haciendo lo que les gusta. Pero… ¡Problema! ¡Llueve a cántaros!, ¿qué hacemos? Santiago es una ciudad llena de shoppings, parecía una locura pero había que intentarlo. Subimos un grupo grande de niñas en varios autos y a recorrer la ciudad en búsqueda de un mall con un espacio suficiente para simular una pedana o tapete. Lo encontramos, pero debimos recorrer varios espacios hasta dar con un guardia de seguridad “chévere” o “buena onda” como decimos acá, que nos permitiera hacer nuestro ejercicio. ¡Todo listo! Pero claro, ninguna se animaba hasta que pasó la primera… Las personas miraban atónitas y las nenas se iban animando a hacer algunas paradas de manos (verticales), giros, handballs (media-lunas)… La cosa les empezó a gustar y prácticamente después de que cada una lo intentara por tercera vez tuvimos que terminar el ejercicio porque ellas no querían dejar de pasar. Fue realmente divertido y decidí guardar las imágenes de ese día. Se acercaba el torneo y Marti me contaba que su objetivo era ingresar en la final de barras. Ella había dejado de entrenar suelo, viga y salto por las lesiones en sus pies, veía como se presionaba por hacer a la perfección su rutina en el aparato en el que no había dejado de entrenarse. Ahí se me cruzaron las palabras del primer entrenador con el que trabajé: “Nunca pongas todos los huevos en una misma canasta” Si bien paralelas siempre fue su fuerte, no había que dejar de poner intensidad en lo que pudiera hacerse en otros aparatos ya que nunca se puede predecir el rendimiento de ninguna gimnasta. Por streaming seguí esa competición y pude ver como fallaba y se lamentaba en barras paralelas. Aun así, se repuso y después de meses sin poder entrenarlo por lesión se presentó en suelo con un doble mortal hacia atrás que realizó a la perfección. Esto le dio el pase a la final donde también cumplió con creces. Más tarde ella decidiría dejar de competir, al menos pudieron ella y su entrenadora llevarse una experiencia mucho más agradable de la que habían tenido acá en Buenos Aires durante el Panamericano.
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